Por fin había llegado el día.
Mientras desayunábamos tranquilamente, miraba la maleta, a punto de ser cerrada, y me repetía esas palabras: ¡Por fin ha llegado el día!
Dentro de mí sentía un torbellino de emociones. Estaba feliz porque por fin, tras 4 años de espera, volvería al país que me había enamorado. Que digo feliz ¡Exultante, extasiada, emocionada...! Pero a ratos asomaba un pequeño temor: ¿Y si la vuelta resultaba la caída de un mito? ¿Y si lo había idealizado?
Por suerte, eran momentos muy pequeños, borrados enseguida por una gran sonrisa y una voz en mi interior que decía: ¡Nah, pero si es Japón! ¡Sabes que volverás planificando en tu cabeza el tercer viaje! jeje
Todos aquellos que sientan una gran pasión por un país en concreto entenderán como me sentía, tras tantos años queriendo regresar. Incluso el tener esas pequeñas dudas de última hora, puesto que uno sabe que ha perdido el factor sorpresa.
Japón es un país chocante, cuya cultura te sorprende a cada momento, pero nosotros ya conocíamos una parte. El shock inicial, la sorpresa, la novedad... eso ya estaba vivido. ¿Como sentiríamos el regreso? ¿Que emociones despertaría? Esa era mi duda, y no solo por lo que respecta a mi. También quería que Jordi siguiera fascinado con el país.
Pero como mostraremos a lo largo de este nuevo viaje, Japón y su gente no solo lograron mantener nuestra fascinación mas allá de la pérdida de ciertas novedades, sino que, además, acrecentaron las ganas de volver para seguir explorando zonas menos turísticas, mas tranquilas. Porque si algo es maravilloso, es el poder mezclar la calma y proximidad del Japón mas profundo, con la locura y el bullicio de las grandes urbes.