Si tengo un ritual en Japón, es el levantarme pronto en los ryokan para ir a
los baños termales antes del desayuno.
Y la estancia en Kurokawa onsen no iba a ser una excepción. ^_^
La sorpresa fue que también Jordi se sumó a baño termal matutino. ¡A pesar que
la temperatura exterior era de 0 ºC a las 7 de la mañana!
El truco está en pasar antes por el onsen interior (previa ducha), para
entrar en calor y ya de ahí atreverse a salir a fuera. jeje.
Tras el bañito relajante, nos fuimos a desayunar con nuestros yukatas puestos.
Tocaba desayuno tradicional, otra experiencia gastronómica, que sin embargo a
Jordi no termina de convencerle (suele desayunar poco y desde luego no cosas
tipo pescado o sopa. jeje).
Tuvimos la oportunidad de probar el natto (la soja fermentada) con tartar de
caballo, y la verdad es que no estaba malo. A mí me encantó ir probando todo y
la leche de la zona está espectacularmente buena.
A la hora del check out, dejamos las mochilas en recepción y preguntamos por
nuestros planes, ya que el bus hacia Beppu salía a las 15h.
Podríamos haber cogido otro bus a las 10h y hacer parada en Yufuin (la otra
aldea termal más turística) y después llegar a Beppu en tren, pero no
queríamos correr. Preferimos tomarnos esta estancia con calma.
Yo tenía dos opciones pensadas:
1- Comprar la tegata e ir a otros dos onsen + un refrigerio (tenía fichados el
del Fumoto y el del Shinmei-kan).
2- Una excursión al mirador Hiranodai.
Jordi decidió que tenía suficiente experiencia termal para un día, así que
optamos por la caminata. La señora del ryokan fue muy amable de marcarnos el
recorrido en el mapa y comentarnos los diferentes caminos para volver.
Además, al ver que llevaba una bolsa de plástico para el agua, la crema solar (ojo que
aunque hacía fresco, la excursión apenas tiene sombra y te puedes quemar)... nos entregó una bolsita muy cuqui (y cómoda) para que usáramos en la
excursión. Todo un detallazo. ^_^
Según la información que encontré, se tardaba unos 90 minutos entre subir y bajar del
mirador. Finalmente nosotros estuvimos unas 2 horas. Fuimos con calma
(aunque Jordi se sintió algo mejor esos días, seguía con dolor en las
costillas al toser) y además decidimos volver por el Seiryu no mori, dando un
poco más de vuelta.
La primera parte de la caminata fue por una zona verde de bosque y campos
colindantes a la aldea.
Pero después fue por carretera amplia, rodeados de paraje abierto y, por
desgracia en esta época, totalmente pelado y quemado. Esto ya lo sabíamos, yo
lo había leído de antemano y en el bus nos los explicaron. Esa es la época en
que, para limpiar los bosques, hacen quemas controladas. Así que no es la más
bonita en cuanto paisajes (en otras épocas está todo verde).
El mirador se encuentra en lo que se conoce como "la colina de los enamorados"
y se dice que las parejas que toquen la campana juntos podrán jurar amor
eterno.
Pues oye que no sea dicho. Eso sí, la campana resuena de lo lindo por el
valle.
Localizamos en un lateral la señal que marcaba el camino hacia el Seiryu no
mori y emprendimos el descenso.
Esta zona resultó ser muy bonita, con un pequeño río.
Y zonas boscosas.
Al rato llegamos a un pequeño lugar llamado "Suzume no jigoku" (infierno de
los gorriones), que es un lugar por donde se filtran gases volcánicos y se
acumula el azufre.
El último tramo es carretera, pero boscosa, y te vas encontrando con los
alojamientos más apartados de la zona.
De vuelta en la aldea decidimos picotear cosillas. Uno de mis objetivos fue
la tienda Dora Dora, especializada en Dorayakis.
Compramos unos dorayakis (de matcha y café con leche) rellenos de mochi, un
pastelito de boniato y lo acompañamos con la leche y zumo de otra tiendecita
(todo producto local). Los pastelitos nos costaron 740¥ todo y las bebidas
550¥.
En un pequeño local, me compré un yomogi dango con kinako (el yomogi es una
planta que llamamos artemisa y el kinako es harina de soja) por 150¥.
Y Jordi disfrutó de un producto famoso en el pueblo: el choux creme de la
Patisserie Roku (no es raro que haya cola) 300¥.
Y para finalizar, yo le había echado el ojo a un local de té con unos dulces
tradicionales que lucían impresionantes: Shirotamako japanese sweets and tea
shop.
Jordi no disfruta nada de este tipo de sets dulces, así que, se fue a por un
helado de miel (350¥) y se lo comió al solecito mientras yo disfrutaba de mi
té matcha con sopa zenzai (de judia roja dulce) en un ambiente relajado
(950¥).
Anécdota: Recuerdo, con mucho cariño, el momento en que probé la sopa zenzai.
Estaba MUY buena y se me reflejó la emoción en la cara. Tanto que, al levantar
los ojos, vi como la dependienta me miraba sonriente (supongo que contenta de
que me gustara tanto). Nos miramos, sonriendo, hicimos ambas una leve
reverencia de entendimiento y seguí disfrutando del plato.
Ya se iba acabando nuestro tiempo en Kurokawa, pero tuvimos un ratito para
pasar por un onsen de pies a relajarnos.
Pertenece a uno de los hoteles y hay un cartel que ponía que entraras a pagar
la tasa de uso (100¥). Y como siempre: llevad toallita a mano. jeje.
Ahora sí, fuimos a buscar el equipaje y nos despedimos del ryokan y su amable personal. Nos acercaron a la
parada del bus con tiempo suficiente y tomamos rumbo a Beppu con la sensación
de que Kurokawa se había catapultado a uno de nuestros lugares TOP de
Japón.
Dos horas y media después, llegamos a la ciudad de Beppu. El autocar paraba
cerca de
nuestro hotel, en la zona de la estación JR, así que no tuvimos que caminar mucho.
Tras hacer el check in, nos fuimos a pasear por la zona que resultó ser el
barrio rojo. Todo eran callecitas estrechas, con locales pequeños (algunos de
dudosa reputación), restaurantes (muchos de ellos cerrados) y todo con un aire
bastante decadente.
Aún así, no sentimos inseguridad. De hecho, justo allí está uno de los onsens
más famosos de la zona: Takegawara onsen, la casa de baños más antigua de la
zona.
Se veía a personas en yukata (que venían de los alojamientos colindantes) ir
hacia él. Y, aunque es barato (300¥), a nosotros las fotos de los baños
interiores no nos llamaban. Digamos que eran un tanto acorde con el barrio en el que se
encuentra.
Seguimos paseando, barajando los pocos locales de comida que veíamos abiertos
(y que no fueran muy caros).
Tras ser rechazados en uno de los yakiniku (restaurantes donde te haces tu la
carne, y de los que hay muchos en la zona), optamos por probar suerte en otro
de enfrente y pudimos cenar un set de carne y verduras, más una sopa enorme
(que Jordi pidió sin valorar el tamaño jaja) por 3920¥.
Después paseamos cerca de la torre de Beppu, iluminada. Y regresando al
alojamiento fichamos un pequeño chiringuito de takoyakis como candidato para
cenar al día siguiente.
Además nos pasamos por un conbini a por los postres. A mí me flipa el pudding
de leche de Jersey (161¥)
Y hasta aquí nos dió el día. El siguiente lo dedicaríamos con calma a Beppu y
sus infiernos.
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