Tras una noche preocupante, amanecimos con la buena noticia de que
Chicha se pondría bien. Y, tras estar un rato con Laura y Hira, decidimos que
lo mejor era que intentaran descansar e ir nosotros a hacer la última visita
en la ciudad.
Laura nos insistió en que fuéramos a ver los Jardines Glover, una bonita
atracción turística que, si bien nos pareció más pequeño de lo esperado,
mereció la pena.
Estos jardines son un museo al aire libre, situado encima de una colina, en la
zona donde se establecieron los comerciantes extranjeros tras la apertura en
el periodo Meiji (1859), y que alberga varias de las mansiones de los
comerciantes que lograron enriquecerse.
En concreto, está situado donde construyó su mansión Thomas Blake Glover, un
escocés que contribuyó mucho a la industrialización de Japón y que apoyó la
revolución Meiji contra el shogun.
El resto de edificaciones se movieron de su ubicación original al recinto de los jardines y ahora
forman parte del Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO como conjunto de
"sitios de la revolución industrial del Japón Meiji: hierro y acero,
astilleros y minería de carbón".
Los jardines tienen dos entradas, una en la zona baja de la colina, en frente
de la iglesia Oura, y la otra en la zona alta de la colina. ¡Pero hay truco! Y
es que existe un ascensor inclinado, llamado Glover Sky Road que te sube hasta
esa entrada.
Para llegar a ambas entradas hay que tomar el tranvía 5 (verde) y bajarse en
"Oura tenshudo" (para la 1ra entrada) o bien en la siguiente y última parada, Ishibashi, para subir con el ascensor.
Si optáis por empezar por abajo, dentro de los jardines hay escaleras mecánicas
para ayudar con los desniveles de los jardines, en caso de no querer subir
todo cuesta arriba, y el resto son rampas por lo que todo el jardín es
accesible.
Nosotros preferimos entrar por arriba e ir bajando tranquilamente.
La entrada cuesta 620¥ y te dan un mapa donde vienen marcadas las 9
edificaciones además de otros detalles de los jardines (como una fuente
pública de la época Meiji) y 3 piedras con forma de corazón que puedes buscar
por el pavimento.
También te explica la historia de los destacados comerciantes a quienes
pertenecían las mansiones, en inglés, y es que el resto de información que
encontraréis por los jardines está, mayormente, en japonés.
Cuando fuimos estaban reformando bastantes cosillas, quien sabe si aprovecharán para
ampliar información.
De hecho nosotros no pudimos disfrutar, por desgracia, de todos los edificios. Porque varios de ellos estaban siendo reformados al completo.
Aún así, los jardines son muy bonitos y nos gustaron como visita relajada.
El primer edificio, nada más entrar (por arriba), impresiona: La antigua casa del muelle
nº2 de los astilleros de Mitsubishi (donde se alojaban las tripulaciones de
los barcos que estaban siendo reparados).
Y las vistas, que hay desde arriba, de la ciudad y el estanque, son una
maravilla.
Allí también están unos pequeños estudios, donde puedes vestirte con los
trajes de época occidentales, para pasearte y hacerte fotos. Algo que triunfa
entre las chicas japonesas, y las veías con sus amigas disfrutando de la
mañana, haciéndose fotos juntas.
Una de las mansiones de las que sí pudimos disfrutar es la de Ringer. Otro
comerciante prominente, que empezó con la exportación de té pero acabó metido
en varios sectores y actividades diferentes, contribuyendo también de forma
destacada en el desarrollo económico de la ciudad.
Ésta es una de las que conserva el mobiliario y la recreación de la época.
Bajando nos encontramos con una pequeña placita, con una fuente muy chula (con
estatuas relacionadas con Madame Butterfly) y donde hay la cafetería, cuyo
edificio fue el primer restaurante de cocina occidental en Japón.
Y, por suerte, otra de las grandes mansiones, que también pudimos disfrutar, es la Glover. La gran protagonista de los jardines y que es el edificio de madera
de estilo occidental más antiguo de Japón. Realmente preciosa.
Está cerca de la entrada inferior y creemos que es la guinda perfecta para la
visita, así que recomendamos hacer como nosotros e iniciar el recorrido por
arriba.
Aquí nos ofrecieron hacernos gratis una foto, que iría incluida en una mini
réplica de un diario de la época. Y después, obviamente, te muestran otras
opciones de pago pero que podéis rechazar amablemente si no las queréis (La
mayoría de japoneses así lo hacían. Vamos, que no os mirarán mal por ello).
Al salir, pasas por el Museo de las artes tradicionales de Nagasaki, donde
pudimos contemplar la exposición de diferentes objetos usados en los
festivales de la ciudad y ver unas proyecciones de dichos festivales. Laura y
Hira ya nos habían comentado que son muy vistosos y bonitos, y esto nos
confirmó que sería genial ir a ver alguno.
Era ya casi la hora de comer, así que decidimos no pararnos mucho en la zona,
a pesar que ahí se encuentra la iglesia cristiana más famosa de Japón: la iglesia
Oura.
Para entrar a ella hay que pagar 1000¥ y, si bien dentro hay también una
exposición sobre la historia del cristianismo en el país, optamos por no
hacerlo en este viaje e ir a comer algo.
Por cierto, que bajar por la callecita que lleva al tranvía, con hambre, fue
casi una tortura, puesto que, al ser la entrada principal tanto para la
iglesia como para los jardines, está llena de tiendecitas vendiendo dulces
como el kasutera.
Pero a Jordi le apetecía tonkatsu y, tras los días que llevaba sin mucho
apetito, decidimos ir a la zona del puerto de Dejima que sabía que había un
Ringer Hut (la cadena donde comimos champon y tonkatsu con las sensei).
Al llegar, vimos que había bastante cola. Sin embargo, en la planta de arriba, había
otro restaurante de solo tonkatsu, llamado:
Hamakatsu. No solo no tenía cola sinó que además era de los que te preparas tú mismo la salsa. ¡Nos encanta!
Tienen el menú en inglés y también las instrucciones, donde te explican que has
de escoger entre dos tipos de arroz, dos tipos de sopa miso (a mi me gusta más
la blanca y a Jordi la roja) y el tipo de col. Todo eso te entra en el set y
puedes repetir cuanto quieras, pero solo de los acompañamientos.
En cuanto al plato principal, escogimos el especial hamakatsu (con tres tipos
de corte, uno de ellos con queso) por 1350¥ cada uno (recordad que el agua es
gratis).
Estaba delicioso, y lo divertido es poder moler tú mismo las semillas de
sésamo y agregarle la salsa que quieras (consejo, no pongáis muchas semillas
de golpe, porque si no quizás acabéis teniendo que echar mucha salsa para
rebajarlo jeje).
Después de comer, regresamos con Laura y Hira, para cerrar maletas, pasar un
ratito juntos y ya irnos a por el tren rumbo a Kumamoto...
Fue una despedida durita, porque dejábamos a Chicha pachuchilla, y porque nos
hubiera gustado poder disfrutar más con Jordi, sin enfermedad de por medio.
Eso sí, con muchos abrazos y lagrimillas en los ojos, pero con "nuestra
promesa de Febrero". ^_^
Una vez en el tren, recibimos este vídeo de parte de Laura: Hira había grabado
como nos íbamos en el Shinkansen. 😭😭😭 ¡En todo el kokoro (corazoncito)!
¡Nos acabábamos de ir y ya las echábamos de menos! 😭
Pero en fin... el viaje tenía que continuar y para llegar a Kumamoto tuvimos
que hacer dos trasbordos (llevábamos algo de merienda, eso que no falte) y
llegamos bastante cansados. Pillamos tranvía hasta la zona del hotel, cerca
del castillo (ver post de alojamiento) y poco más que bajar a cenar para echarnos a dormir.
Estábamos tan cansados, que nos quedamos en un ramen de justo enfrente del
hotel. Allí tenían uno típico de la zona, con aceite de ajo tostado (1000¥
cada uno).
Estaba bien, pero no lo pondríamos en nuestros favoritos. El aceite se nos
hizo un poco demasiado y preferimos el ramen tonkotsu puro, sin ese aceite.
A pesar que habíamos llegado ya oscurecido, Kumamoto se me volvía a antojar
una ciudad más "típica japonesa", aunque cada una tiene su personalidad
obviamente... Pero es que Nagasaki es especial.
Al menos, me volví con esa sensación. Es diferente, muy suya cultural y
visualmente.
Y, aunque nosotros la visitamos con calma (en especial porque Jordi necesitaba
descanso y queríamos disfrutar de los momentos con nuestras amigas), dedicarle
solo una excursión de un día desde Fukuoka, como mucha gente hace, nos parece
insuficiente.
No diría que Nagasaki me ha enamorado como ciudad, pero sí me ha enganchado
como visita: desde sus famosos rincones llenos de historia, algunos de ellos muy tristes, hasta los menos conocidos y que son pequeñas joyas alejadas del
bullicio.
Por su mezcla de culturas, su gastronomía... diría que ¡Nagasaki tiene un sabor
y un color especial!
(Con permiso de los sevillanos jeje)
¡Ah! Y si queréis saber mis impresiones sobre porque me parece visualmente
diferente, en este podcast
lo comenté con las sensei. ^_^
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