30 de septiembre de 2018

Miyajima, Hiroshima y llegada a Osaka

Dicen que a quien madruga Dios le ayuda... Bien, no sabemos si Buda también echa una mano en eso, pero lo que teníamos claro era que al madrugar en Miyajima evitaríamos las hordas de turistas que empezarían a llegar en ferry. 
Así que, a las 7:30 nos pusimos en marcha. Dejamos las mochilas en el ryokan y salimos a disfrutar de la quietud de esas horas.

Miyajima

Lo primero que hicimos fue sacar unos cafés de las máquinas y desayunar los momiji manjus que habíamos comprado el día anterior.
Sin embargo, Jordi tardó un poco más en comer los suyos y justo entonces hizo aparición uno de los lugareños...


Estuvo mucho rato insistiendo, y si Jordi cambiaba de posición ahí que iba él. Sabía que llevaba el desayuno y no pensaba rendirse. jeje 
Obviamente no le dimos nada. Insistimos en que no es bueno alimentar a los animales con comida que no es apta para ellos, por mucha cara de penita que te pongan. 
Una vez desapareció el momiji manju, perdimos todo interés para él y siguió su camino. 
El nuestro nos llevó rumbo al santuario Itsukushima, el principal de la isla, y donde la marea ya empezaba a subir.

Miyajima
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El santuario es de pago y los pasillos son abiertos, así que optamos por contemplarlo desde fuera y seguir callejeando por el pueblo rumbo al templo que queríamos visitar. 

Miyajima
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A las 8:00 abre el Daisho-in, un templo budista cuyo complejo en la montaña es precioso y que, además, es gratis. 

Miyajima

En nuestro primer viaje, la dueña del ryokan nos recomendó su visita y fue todo un acierto. Desde entonces, somos nosotros quienes siempre lo recomendamos a amigos y conocidos. 
Alejado de la gran atracción de la torii, llegan muchos menos turistas a visitarlo, y encima a primera hora estás completamente solo, recorriendo los distintos pabellones que están dispuestos en diferentes niveles del monte, subiendo las escaleras mientras haces girar los sutras...

Miyajima
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... haciendo mil fotos a la cantidad de Jizos (divinidad protectora del alma de los bebés) que hay por todo el recinto, algunos graciosos,... 

Miyajima
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... otros más serios... 

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...y adentrándonos en la cueva que hay en la parte superior del templo y que representa los 88 templos de peregrinación de Shikoku. 

Miyajima

El Daisho-in es uno de los recintos templarios que más nos gusta a dia de hoy. Y para nosotros, una visita a Miyajima tiene que tenerlo incluido. ¡Que además es gratis! No hay excusa. 

Cuando salíamos empezó a llegar algún pequeño grupo de turistas. O bien habían dormido en la isla, pero no madrugado tanto, o bien empezaban a llegar ya con los ferris.
Nosotros tomamos el camino de regreso disfrutando del hanami.

Miyajima
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Y de los ciervos. O de ambos, en algunos casos. 

Miyajima

Tras recoger las mochilas y aceptar muy agradecidos los amuletos que nos regaló la señora del ryokan, nos fuimos a hacer las últimas compras de momijis manjus y a dar una vuelta por la calle comercial, cuyas tiendas acababan de abrir pero no estaban todavía llenas de gente. 

Miyajima

Una especialidad de la zona son las ostras a la brasa. Yo las comí rebozadas en el primer viaje, pero a estas horas de la mañana como que no entraban. A quien le gusten, allí son todo un manjar. 

Miyajima

Con las compras hechas, tocaba coger el ferry de vuelta a Hiroshima para seguir con la ruta del día. 
En la zona del ferry se empezaba a notar la hora punta de llegada. Los barcos venían atestados de gente pero regresaban casi vacíos, y del otro lado, la cola para esperar a embarcar rumbo a la isla era más que considerable. Para nosotros quedarse a dormir y disfrutar de la isla con calma sigue siendo la mejor forma de visitarla.

Miyajima

Cogimos tren hasta la estación de Hiroshima para dejar allí las mochilas en una taquilla y decidimos comer en uno de los restaurantes de Okonomiyakis que había allí mismo (800-850¥). Era pronto pero al haber desayunado a las 7:30h ya había hambre. 
Me hubiera gustado llegar a la zona llamada Okonomimura, que está llena de restaurantes de esa especialidad, pero eso nos habría retrasado en las visitas y no sabíamos cuanto nos demoraríamos en el Museo de la Paz. Prefería no meter prisa más tarde e ir con calma. 

Hiroshima

Para llegar al Parque de la Paz esta vez utilizamos los buses que entran en el JR-Pass (ver web con mapa). Salen de la misma estación y, tras coger un folleto con la información de las rutas, nos subimos a uno de ellos y nos bajamos en la zona sur del parque, cerca del antiguo Salón de Promoción Industrial de la Prefectura, más conocido como la Cúpula de la Bomba. 

Hiroshima

Fue uno de los pocos edificios que quedó en pie en la zona donde estalló la bomba atómica. Hoy en día es un símbolo de lo que allí sucedió. Un enorme recuerdo que aprovechan algunos voluntarios para mostrar la historia a los visitantes, cuadernos en mano, traducidos a muchos idiomas.  

Esa fue nuestra entrada al Parque de la Paz, zona cercana al punto cero del estallido y que quedó arrasada por la bomba el 6 de agosto de 1945. 
En ella se encontraban muchos estudiantes movilizados para trabajar en la industria de la guerra. Niños cuyos padres nunca verían regresar, muchos de ellos desaparecieron directamente volatilizados por el calor de la bomba. A ellos está dedicado uno de los múltiples monumentos del parque.

Hiroshima

Veníamos de la alegría y belleza de Miyajima, pero aquí, a pesar de los sakuras que adornan el parque, el ánimo decae y te ves arrastrado por las tristes historias que rodean el lugar.
Llegamos al monumento de la Paz de los Niños, más conocido por Sadako Sasaki.
Sadako fue una niña que enfermó de leucemia por culpa de la radiación de la bomba. Creyendo en la leyenda de que si hacías 1000 grullas de origami podías curarte, empezó a hacer grullas de papel pero falleció antes de lograrlo.
Sus compañeros de clase decidieron finalizar las 1000 grullas en su honor y desde entonces personas de todo el mundo mandan sus grullas o las llevan en persona. 

HiroshimaHiroshima

La historia en si ya es triste, pero nosotros vivimos una situación muy conmovedora. Tanto, que a alguno se nos saltaron las lágrimas.
Debajo del monumento hay una campana con forma de grulla de origami. Y un grupo de mujeres muy mayores y visiblemente emocionadas se acercaron a hacerla sonar de mano de sus jóvenes acompañantes (muchas iban en sillas de ruedas). 
Al calcular su edad y ver las lágrimas que algunas intentaban esconder caímos en que estábamos delante de unas supervivientes de la bomba. (Además llevaban una pancarta con ellas en conmemoración). Al pensar en el infierno que vivieron de pequeñas no pudimos evitar emocionarnos.

Hiroshima

Después nos acercamos a hacer sonar la campana del parque en honor a las víctimas. Es un sonido que te va acompañando en la visita, porque cada poco alguien la hace sonar.
Al llegar volvimos a encontrarnos con el grupo de ancianas. La gente joven estaba preguntando a las que podían caminar si querían subir, para hacerla sonar.
Cuando nos vieron esperando nos invitaron a pasar delante y, con un pequeña reverencia de agradecimiento, fuimos subiendo uno a uno.

Hiroshima

Mientras nos alejábamos del lugar, rumbo al museo, volvimos a escuchar la campana. En mi interior sentí que ese tañido significaba mil veces más que todos los nuestros juntos.

Alrededor del museo hay pequeños monumentos y símbolos, como la fuente/reloj que marca la fatal hora (8:15h), un par de árboles que sobrevivieron en la ciudad y los trasladaron al parque, o el famoso Cenotafio con la llama de la Paz.

Hiroshima
Hiroshima

En el cenotafio están escritos los nombres de todas las víctimas y simboliza un refugio para sus almas. Y la llama está encendida desde 1964 y no se apagará mientras existan armas nucleares en el mundo.

Hiroshima

El museo ahora mismo está en obras y solo se puede visitar una pequeña zona. Se supone que finalizarán en primavera de 2019 y esperemos que entonces vuelvan a poner las exposiciones que había antes y que vimos en 2012, porque esta vez nos pareció mas pesado (mucha letra) y menos conmovedor. Tampoco tenían la audioguía en español, que eso nos marcó mucho en la primera visita, porque te van relatando las historias y se hace más fácil imaginar la dureza de esos momentos.
Actualmente la entrada cuesta 200¥.

Hiroshima

Tras el museo, tocaba finalizar nuestro paso por Hiroshima. Aunque tiene más lugares para visitar, como el castillo (aunque sea una reconstrucción), teníamos que llegar a Osaka y, de paso, dar una vuelta por Dotonbori.
Ya en Osaka, dejamos las mochilas en el hostel, comprobamos que habían llegado las maletas, y salimos a dar una vuelta por la capital del sur, o la capital macarra como yo la llamo.

Osaka
Osaka

La zona de Dotonbori, junto al canal, es la de más ambiente y la más llamativa. Sus neones, en especial el del corredor Glico, y los carteles de los restaurantes son más que famosos.

Osaka
Osaka

Lo que nos pareció, a Jordi y a mi, es que cada vez hay más carteles luminosos y pantallas en la zona del puente. Un festival de luz vamos.

Osaka

Y como no, ¡lleno de gente! Pero nosotros sabíamos de unos pequeños callejones con mucho encanto, justo al lado, que estarían más vacíos. En especial el Honzenji Yokocho, que va a dar al templo con el mismo nombre, y que recuerda mucho a Pontocho en Kyoto.
El pequeño templo es mi rincón favorito de la ciudad.

Osaka
Osaka

Tras un momento de tranquilidad, volvimos a la zona del canal para ver la gran noria del Don Quijote (centro comercial barato) que, por lo visto, vuelve a estar en marcha, aunque nosotros no pudimos verla funcionar.

Osaka

Estábamos en Osaka y yo quería takoyakis, uno de los platos típicos de la ciudad. Pero como en el segundo viaje quedamos decepcionados con los que vendían en Dotonbori (caros y mal cocinados por tener mucha cola de gente) y descubrimos un pequeño local familiar, al lado del hostel, muy barato... p'allí que nos fuimos sin dudar (ver información del restaurante).

Comimos varias raciones de takoyakis (normales 300¥ la ración, de maiz y de pizza 500¥ la ración) que estaban muy buenos y al final salimos por 2700¥ los 4.

Osaka

Menos mal que el restaurante estaba al lado del hostel, porque la verdad es que estábamos cansados. Había sido un día intenso, que empezó bien temprano, y al día siguiente tocaba madrugar de nuevo y darlo todo en el parque Universal.



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