Tras una relajante noche en la habitación del ryokan, no me costó nada levantarme pronto para disfrutar de nuevo del rotenburo.
Sabía que sobre las 6:30 daban el desayuno y era posible que, igual que la noche anterior, dispusiera de él para mi solita. Así que, dejé a Jordi descansando en la habitación y volví a recorrer en yukata las instalaciones hasta llegar al onsen, donde no había ni un solo par de zapatillas esperando en la entrada. ¡Estaba sola!
Otro momento de paz y relajación, rodeada de naturaleza y una niebla que le dio un aire un tanto místico.